Mal de ojo by Malala Macaroni

Mal de ojo by Malala Macaroni

autor:Malala Macaroni
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
publicado: 2016-02-07T23:00:00+00:00


Capítulo 7: Los Enamorados, carta invertida

Montorvo me había aclarado bastante el panorama y ahora a mí me tocaba decidir si creía en él. Miré al poli sin disimulo, apelando a toda mi intuición para penetrar en sus secretos. Observé sus ojos misteriosos, la arruguita al lado de la boca, el cuello del color de la miel, la camisa verde menta que se abría para dejar entrever un vello rizado. Conté dos botones abiertos, luego cuatro cerrados e hice un enorme esfuerzo de voluntad para no mirar más abajo del cinto del pantalón. Fracasé, miré y tras diez segundos de pecaminosa culpa, regresé con rapidez a los ojos que se estaban riendo de mí. Concluí mi ejercicio de profunda observación suspirando: el hombre estaba para comérselo, pero si era o no confiable, no quedaba nada claro.

Nos habíamos dado un beso, recordé de repente. Un beso furioso. ¿Tendría la misma furia en la cama?

El poli suspiró también, al tiempo que me anunciaba que tenía que entrar a trabajar. Habíamos terminado el café y de pronto él se puso de pie. Se colocó una pistola en la sobaquera y la sobaquera al hombro. Tenía unos hombros anchos, se veía que era un asiduo visitante del gimnasio.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó él de repente. Se había dado vuelta hacia el aparador para coger las llaves de su coche y mis ojos habían quedado momentáneamente perdidos en la visión de su trasero.

Giró hacia mí y yo, sobresaltada y culpable, bajé la vista hasta sus zapatos, los subí hasta sus ojos y la risa que percibí en ellos me hizo bajar la mirada otra vez.

—¿Has terminado de evaluarme? —me presionó y la sonrisa brilló en sus labios. ¡Condenado poli! Me molestaba que me calara a fondo. Claro que yo no había sido muy disimulada.

Me encogí de hombros.

—Solo estoy tratando de determinar si eres o no eres culpable.

El poli arqueó una ceja.

—Conde te ha dicho que pertenezco a los Topos y todo lo que haces es creerle. Por qué iba a mentirte Conde, ¿cierto? —Y la ironía en su voz se hizo evidente.

—Claro, no veo por qué.

—¿Siempre te crees todo lo que dice la gente? —insistió.

Parpadeé. ¿Soy una persona estúpida y crédula? ¿Y si él tenía razón y Conde mentía? ¿Si Conde lo había ensuciado para… para…? No se me ocurría.

—Tu abogado no lo sabe todo, para que veas.

—No es «mi» abogado —rabié.

—¡Cierto!, «cariño fraterno» —Se echó a reír—, al menos de su lado.

—¡Y a ti qué te importa!

Me puse de pie, enfurecida, con ganas de arrojarle una jarra de agua. Pero no había siquiera un vaso cerca. Fuera de mí, eché otra mirada alrededor. Ninguna jarra, pero podía arrojarle la tacita de café, noté que ya estaba un poco desportillada.

—¿Te ha besado ya?

—¡Hay que ver! Pero, ¡hay que ver! —chillé, haciendo molinetes con los brazos—. ¿Por qué él no iba a querer besarme? ¿Resulta imposible pensar que alguien quiera acostarse conmigo? ¿Eh?

Con un movimiento rápido y preciso, Montorvo regresó a mi lado, me hizo girar



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